17 marzo 2010

una dolca, por favor



convencida que su corazón era de algodón de azúcar,
esa tarde sintió adivinar lo que iba a suceder en las dos horas siguientes,
como si fuese el guión de una película que ella misma
escribía segundos antes de que todo sucediese.
y así, con extrema delicadeza eligió la música que sonaría,
siendo consciente que era la banda sonora de su vida.
sabía que le esperaría, y él saldría de aquella inmensa torre de cristal,
con su mochila, como recién salido de la escuela,
se montarían en el coche,
y bajando la castellana, él la miraría de reojo,
con timidez propia de un niño pequeño.
mientras en la acera, elefantes harían equilibrios sobre su trompa.
luego, con prisas, conseguirían robarle una hora más al reloj
y en aquella tarde de primavera,
aunque en invierno, de primavera,
le enseñaría sus pequeños sitios de libros y salitre.
con un camino de vuelta más largo, con sabor a dolca.
y un final de despedida en la estación,
en blanco y negro,
entre viajeros con prisas, locomotoras de vapor, tortugas y gorriones.
sin tener muy claro si sacaría un billete de vuelta.

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